Los perros
de la raza Akita tomaron su nombre de la montañosa prefectura homónima, situada
al norte de la isla de Honshū, en donde se desarrollaron los primeros
ejemplares alrededor del siglo XVII (los estudios realizados indican que los
ancestros del perro Akita parecen provenir de Europa, a través de Siberia y de
la isla septentrional de Hokkaidō). Puesto que los perros Akita eran
frecuentemente criados como mascotas por los emperadores y nobles japoneses, la
raza fue conocida como “perro imperial”. Asimismo, la bravura de los perros
Akita los hizo favoritos de los guerreros samurai.
Desde recién
llevado a Tokyo, Hachikō comenzó a demostrar una devoción especial hacia su
amo, despidiéndolo cada mañana al salir para la universidad en la puerta de
casa y yendo por la noche a la cercana estación de tren de Shibuya a esperar su
regreso. Dicha situación se repitió hasta un día de mayo del año siguiente
(1925), cuando el profesor Ueno no regresó como de costumbre: había sufrido un
paro cardíaco fulminante mientras enseñaba en la universidad. No obstante,
Hachikō retornaba cada día a la estación para esperar la vuelta de su amo.
La devoción
que Hachikō sentía por su amo ya muerto conmovía a la gente que lo conocía. Si
bien muchos al principio creían que el perro merodeaba la estación en busca de
comida, terminaron por darse cuenta de la verdadera situación, ya que Hachikō
aparecía sólo a la hora de la noche en la cual llegaba el tren que antes traía
de regreso a casa a su dueño fallecido.
Uno de los antiguos estudiantes del profesor Ueno (que
se había convertido en una suerte de experto en la raza Akita), viendo a
Hachikō en la estación, comenzó a indagar
sobre su
historia, volviendo una y otra vez a visitar al perro y, finalmente, publicando
varios artículos acerca de la notable lealtad de Hachikō. Uno de tales
artículos, publicado en 1932 por el más prestigioso periódico de Tokyo,
convirtió al perro en una celebridad nacional. La lealtad a la memoria de su
amo impactó a los japoneses, concientizándolos del espíritu de lealtad familiar
que debía ser perseguido por todos. Así, maestros y padres utilizaron la figura
de Hachikō como un ejemplo a imitar por los más pequeños. En abril de 1934, una
estatua de bronce fue erigida en su honor en la estación de Shibuya y el propio
Hachikō estuvo presente en el acto de inauguración.
Desde la desaparición de su amo, el fiel Hachikō
continuó regresando cada día a la estación de tren para seguir esperándolo
durante los siguientes diez años, hasta su muerte, ocurrida el 8 de marzo de
1935 debido a una filariasis (actualmente, el cuerpo disecado de Hachikō se
encuentra en el Museo de Ciencias Naturales de Tokyo). La estatua original de
Hachikō fue reciclada para los esfuerzos bélicos de la Segunda Guerra Mundial,
pero el fiel perro — que no había sido olvidado después de la guerra — recibió
en 1948 el honor de tener una segunda estatua, esta vez encargada al artista
Takeshi Andō (nieto del escultor original) por la “Sociedad Reconstructora de
la Estatua de Hachikō “. La nueva estatua fue erigida en agosto del mismo año,
constituyendo actualmente un popular punto de encuentro para los tokyotas.
Por otra
parte, en 1994, la sede en Japón de la cadena CBN consiguió obtener un viejo
disco de pasta — roto en tres pedazos — que contenía una grabación del ladrido
de Hachikō. Luego de que los técnicos hubieran reparado el disco utilizando
cirugía láser, la voz de Hachikō pudo ser oída por millones de radioescuchas el
sábado 28 de mayo de 1994, testimoniando su continua popularidad entre los
japoneses.La historia del perro fiel es muy conocida en la ciudad. Hay varias estatuas
en su honor a lo largo de la misma, y él mismo, Hachiko (Que se sabe que murió
de filariasis (enfermedad parasitaria)) fue disecado donde se le puede ver en
el Museo de Ciencias Naturales de Ueno (Tokio). También dicen que parte
de él fue enterrado al lado de la tumba de su dueño.